Mostar, un encuentro casual.

 

 

Mostar, Bosnia-Herzegovina. Las 2 caras de una ciudad ahora restaurada, que vivió una guerra civil basada en las fronteras, la religión, y en muchas ocasiones el nombre y los apellidos de las personas. Tuve la ocasión de conocer al que fue el traductor de Jeremy Bowen durante la grabación de este reportaje para la BBC https://www.youtube.com/watch?v=Ipua2Mh_F_c .

Vi el reportaje por la mañana, casualmente nos conocimos por la tarde. Cuenta en primera línea del frente lo que ocurrió en los peores momentos del asedio croata a la ciudad-poco antes asediada por los Serbios-. Tenía 22-23 años. Fue traductor entre el ejército Bosnio y los soldados de la ONU. Fotógrafo del ejercito Bosnio. Trabajó posteriormente para la ONU. De nombre y apellido musulmán, es ateo, hace Yoga, medita… pero no cree en nada… o cree en todo. Ante todo es un buen tipo. Honesto, de agradables formas, inquieto en su calma, generoso… que vio cosas que a cualquiera destrozarían… pero que el ha transformado en una actitud digna ante la vida. De abuelos musulmanes, cristianos, ortodoxos y un ateo -tocaba todos los palos-, su familia fue expulsada por lo que figuraba en los campos nombre y apellido de su documento de identidad. Además le gusta la cerveza.

Estas son las fotos de una ciudad que enterró a sus muertos en cementerios improvisados en la calle, porque ir al cementerio era la muerte. Improvisados cementerios donde son diferentes los nombres, las formas de las tumbas, las religiones, las fechas de nacimiento… todo menos la fecha de las muertes, uno 1992, otro 1993. En la calle, sus habitantes siguen viendo con aparente desprendimiento, signos que podrían considerarse nacionalistas. Caminando por Mostar, veo una caravana de coches de lo que parece ser el cortejo de una boda. El primer coche tiene corrido su techo panorámico. Hace calor, pero el motivo es otro.  Ondean una bandera croata tamaño cuartel mientras la comitiva circula por el centro de la ciudad, sin destino aparente, mas allá que el de exhibir «patriotismo».

Hoy aún con las cicatrices de la guerra en muchos edificios, Bosnia-Herzegovina es un país que lucha por sobrevivir, todavía inmersa en una madeja política, no tanto racial, difícil de manejar, que lastra a un país de 4 millones de habitantes, con una estructura administrativa que sonrojaría hasta un español.