INDIA – McLeod Ganj –
Tras dejar Amritsar, el objetivo es llegar al punto más al Norte de la India, en el Valle del Nubla, junto a la frontera con China. Territorios de belleza singular, solo empañados por la neurosis territorial de decenas de controles y campamentos militares. Esta presencia militar no es opresora, es táctica, preventiva. La mayoría de las áreas fronterizas de la India tienen residuos de conflictos presentes y pasados. Las fronteras con Cachemira, China, Nepal y los estados del Este de una forma más o menos esporádica, gritan ramalazos de rebelión, conquistas o incursiones militares con fines propagandísticos o desestabilizadores. Por no hablar del último producto Made in Globalización, el terrorismo.
Pero antes, de camino a ese Norte lunar de la India, no puedo dejar de visitar el pueblo donde vive al que los tibetanos llaman Kundun, La Presencia.
Cuando quiero localizar en el mapa donde encontrarme con la ciudad de acogida del decimocuarto Dalai Lama en el exilio, busco Dharamsala, y hacía allí me dirijo. Mi puntería era errónea, es lo que tiene no leerse las guías, pero afortunadamente el tiro iba en el camino de la diana. No es Dharamsala donde debo dirigirme, sino a un pueblo a unos 10 kms ladera arriba, en la misma carretera de montaña, más elevado en los pinares que copan esa área de la India. Su nombre, McLeod Ganj.
Todos tenemos ideas, deseos, planes de visitar ciertos sitios. Muchos por razones objetivas –nos los han recomendado, hemos leído sobre ellos, nuestras familias emigraron allí – y otros porque siempre han estado allí, porque nacieron en tu piel y has vivido mucho tiempo con la idea de visitarlos. Con la idea también nacen las imágenes y los pensamientos de cómo será ese lugar, de cómo será el día a día. Uno de esos sitios para mi era la ciudad de adopción de Kundun. Me imaginaba las casas en la ladera de una montaña. La arquitectura sencilla de barro, madera, cal, paja y banderas de oración. Me imaginaba a turistas, monjes y peregrinos fluyendo en el día a día de una comunidad, la tibetana, donde el Budismo esta tan intrincado en su rutina diaria. Como haría esta mezcla de almas para no romper la magia en la que imagine que se desenvolvían sus quehaceres, para no sacarles de su autenticidad, de su áurea espiritual. Quería imaginarme un Potala adaptado a su nueva situación. En esta ocasión, mis ideas estaban muy lejos de la realidad.
McLeod Ganj está en una ladera en la cima de una montaña. Hasta aquí llegaron la mayor parte de mis aciertos. La arquitectura es una amalgama de edificios coloridos de cemento, esparcidos a diferentes alturas por un área de pinares. El pueblo, porque no puede llegar a considerarse ciudad, podría pasar por ser uno más de backpackers de la India, como pueda ser Manali. Restaurantes de comidas india, nepalí, tibetana, butanesa y bares a lo largo de una calle principal, hostels asomando en cada esquina con los signos omnipresente del wifi y las guías de viaje en sus puertas, un concurrido mercado, anuncios de retiros de yoga y meditación y agencias de viajes ofreciendo caminatas en sus alrededores, forman el pack de la llamada India a la espiritualidad.
Algunos monjes –indios, tibetanos y occidentales – pasean por las calles, perfectamente disimulados en la estampa del día a día de cualquier población que cuente con un monasterio en sus alrededores. La única diferencia mas palpable, los rasgos de muchos de sus vecinos. No son indios, son tibetanos.
Pero esto no podía quedar así, tenía que haber algo más.
Hay un rincón que hoy en día es el nuevo Potala del budismo. El centro mundial de esta religión, de esta creencia, de esta filosofía. Un monasterio de cemento, sin adornos, muy alejado del clasicismo arquitectónico de los monasterios tibetanos, que acoge en sus sólidas paredes, diariamente, en oración y vida, a cientos de monjes, tibetanos en el exilio, peregrinos y turistas.
La combinación de todo, una vez que haces coincidir en tu interior expectativas con realidad, tiene como resultado un sitio donde bien merece la pena pasar unos días.